Durante mucho tiempo y aunque hoy pueda parecer extraño, Buenos Aires era una ciudad con una extensa y muy concurrida playa.

Pero además, gran parte de los numerosos bañistas que se acercaban a refrescarse en las aguas del oceánico río de la Plata hacia comienzos de 1800, practicaba el nudismo

Lo que hoy se presenta como una excentricidad venida de Europa, en nuestras playas fue una práctica tan extendida como frecuente y quienes se mostraban escandalizados eran, paradójicamente, los visitantes europeos

El cronista inglés Thomas George Love , sorprendido por estas costumbres «alejadas del pudor», escribió:“A pesar de la falta de casillas para cambiarse, las damas se quitan y ponen la ropa frente a los ojos extasiados que las miran como si se tratara de un grupo de sirenas a las cuales sólo faltara el peine y el espejo para ser perfectas.”

…Si revisamos la normativa vigente en aquella sazón, descubrimos que el nudismo era un hábito que se pretendía erradicar.

Hacia fines de la época colonial y comienzos del período revolucionario, las ordenanzas policiales impedían que los bañistas de distinto sexo compartieran las mismas playas.

En 1830 las autoridades revalidaron una disposición del año '22 que separaba a los hombres de las mujeres: los varones debían permanecer «desde la izquierda del muelle hasta la Recoleta», mientras que las mujeres y los menores de siete años no podían ir más allá del límite establecido «desde la derecha del muelle hasta la Residencia».

Investigando en la legislación de la época, encontramos otra ordenanza policial que multaba «al individuo que no entre al río a bañarse con un traje bastante cubierto de la cintura abajo a cualquier hora que sea».

Sin embargo, John Beaumont, otro viajero inglés, pudo comprobar con asombro que: “ Los jóvenes de ambos sexos, en general se bañan nudo corpore y chapotean en el agua como otras tantas Venus de bronce con sus correspondientes cupidos.”

A diferencia de lo que sostenían varias crónicas acerca de la «composición social baja» de los nudistas del Río de la Plata, Beaumont escribió:

“ Las mujeres de la mejor clase se bañan con vestidos sueltos bajo los cuales antes de entrar al agua se despojan de sus trajes de calle que dejan a cargo de una esclava.

Examinando la normativa se puede comprobar que algunas cosas permanecieron invariables a través del tiempo: el escaso apego a la ley por parte de la población y la tendencia a los negociados espurios por parte de los funcionarios.

Por obra y gracia de un decreto, el ministro Agüero otorgó una licitación a cierta compañía francesa para: “...establecer en el Bajo a la orilla del Río, desde el Retiro hasta la Aduana, habitaciones movibles y portátiles construidas de madera forrada de lienzo con la separación necesaria para impedir la menor comunicación entre los dos sexos.”

El negocio se hizo, pero la obra, no. De manera que hombres y mujeres siguieron mezclándose desnudos en las alegres playas junto al río color de león.



… Un artículo del British Packet deja constancia de cuan alborozada y colorida era la vida de los porteños. A diferencia de los flemáticos londinenses, los habitantes de Buenos Aires no se preocupaban por las formas y, de hecho, andaban por las calles a medio vestir cantando y bailando rumbo a la playa. Veamos un fragmento de la nota:

“ ...me crucé con un grupo de bañistas en el centro de la ciudad que caminaban en doble fila hacia el río vestidos con sus trajes de baño y precedidos por un individuo que llevaba una lámpara y otro tocando la guitarra; ambos en traje de baño.”

Pero para los bañistas, la playa no era sólo un lugar de recreación y esparcimiento, sino que, además, usaban sus aguas para higienizarse.

Por entonces no existía agua corriente ni todas las casas contaban con aljibes, de modo que si el agua no llegaba hasta la gente, la gente tenía que ir adonde estaba el agua.

Las tinas de baño y las bañaderas enlozadas eran un lujo que sólo unos pocos podían permitirse.

«El baño», el célebre óleo de Prilidiano Pueyrredón, uno de los primeros desnudos de la pintura argentina del siglo XIX, pone de relieve el carácter erótico de la ceremonia del baño.

La modelo, recostada sobre la tina, exhibe sus pechos desnudos, mientras el agua muestra a la mujer de la cintura para abajo en forma difusa. La bañadera no sólo denotaba una posición social acomodada, sino que hablaba de cierta amplitud moral en las costumbres.

Como no podía ser de otro modo, Mariquita Sánchez de Thompson no sólo tenía el aljibe más lujoso de la ciudad, sino, además, varias tinas que estaban comunicadas a la cisterna por un exclusivo sistema de cañerías y canillas. Pero además, la bañadera de Mariquita era de su uso exclusivo ya que, en una carta, deja constancia de que hizo traer desde Montevideo su tina de baño, porque no estaba dispuesta a usar otra que no fuese la suya.

Fragmento del libro “Argentina, con pecado concebida ” de Federico Andahazi

Editorial Planeta S.A.ed.2009 Páginas 173 a 177 : Este e nsayo nos hace ver más humanos a los próceres de bronce, mostrando su lado picaresco de conquistas amorosas y rumores que se perdigaron en cartas y escritos rescatados en arduo trabajo de recopilación